(fotocrédito tonx en flickr.com)
A menos que haya un efecto "Bradley" gigantesco, o pase algo sensacional (y probablemente nada bueno), parece ser que Barack H. Obama será el próximo presidente de los Estados Unidos de América. La cuenta proyectada del colegio electoral le da más de los votos suficientes (344 frente a 190) a la planilla azul (irónicamente --o a la luz de circunstancias recientes, quizá no-- el partido Republicano tradicionalmente se asigna el color rojo) para llegar a la Casa Blanca.
El apoyo de Colin Powell durante el fin de semana a la candidatura de Obama parece solidificar la posición del candidato democrático, y particularmente por la denostación tan clara de la campaña en general y de la elección de la Gobernadora Sarah Palin como acompañante de fórmula de John McCain.
Por supuesto, los negadores apuntarán que Powell decide por su color más que por otra cosa, pero eso es parte del racialismo --por no decir racismo-- que aun resuena en muchas partes de éste país multi-étnico.
En términos reales, Obama no es salvador de nada, ni su elección (de darse) por sí misma sacará a los EEUU de la crisis financiera y económica que enfrenta, en particular, ni de la decadencia más general de la posición americana ante el mundo. Parece ser que el giro unilateralista y de proyección imperialista más reciente de los EEUU está por llegar, si no a un fin, sí a una reorientación hacia otra modalidad. Cuál será, estará por verse.