Todos tenemos límites. Los más obvios son los físicos. Por ejemplo, no importa cuánto desees crecer en estatura, hay una cantidad de centímetros en altura que la naturaleza y la nutrición te han de permiten. Los límites de carácter mental son de otra naturaleza, y están relacionados con las creencias.
Las creencias las obtenemos ya sea por herencia (nos la enseñaron nuestros padres), por experiencia, o por transferencia (la que aprendemos de nuestros compañeros y amigos). Estas creencias moldean la manera en que cada persona interacciona con su mundo (y es su mundo, ya que la perspectiva de cada persona es diferente en función de su modelo mental conformado por todas las creencias, hechos, aprendizajes, etc).
¿Qué pasa si una creencias es errónea, o bien, parcialmente válida? ¿No estaríamos limitándonos sin razón por mantener esa creencia? ¿Cómo validamos nuestras creencias? Un punto a tener en cuenta es que muchas de las creencias más arraigadas ni siquiera son concientes. Las llevamos tan dentro de nos que simplemente consideramos que el mundo es según creemos que es. Pero esas son dos cosas distintas.
Un ejercicio curioso sería plantearse un aspecto de la vida, y enlistar todas las creencias que tenemos acerca de él (o bien, las más que podamos delucidar; recordando que hay algunas que son tan nucleares que nos son transparentes). Luego cuestionemos cada uno de los elementos de la lista para validar si es un planteamiento válido, o si hay otras maneras en cómo considerar ese aspecto. Podemos adicionalmente validar dichas premisas con otras personas, para compararlas. Seguramente muchas de ellas sean compartidas; no obstante, podría ser una experiencia enriquecedora, y abrirnos horizontes que ni siquiera imaginamos.
El mundo es más ancho de lo que creemos.