Es oficial: mandar alguien al limbo ya no es posible. El limbo (literalmente borde u orilla) es el lugar en el que tradicionalmente se considera que van las almas de los justos que fallecen sin bautismo --típicamente, los niños.
El limbo difiere del purgatorio en tanto que el purgatorio es un lugar intermedio --un especie de antesala-- en el cual los creyentes "purgan" penas que los habrían de preparar a fin de entrar en la Gloria. Entonces, si bien el purgatorio no es un lugar alegre, no obstante es un lugar esperanzador, ya que las ánimas en pena tendrán el acceso al Cielo después de una cantidad finita de tiempo, aunque no necesariamente pequeña. Como paréntesis, la venta descarada de indulgencias --muy típica del catolicismo noreuropeo en el medievo tardío-- a fin de "reducir" las penas en el purgatorio, fue una de las causas principales de la Reforma que se dio en el siglo XVI.
Por su parte, el Limbo no tenía ese ángulo esperanzador, ya que las ánimas allí estacionadas, lo estarían por siempre. En la mente popular, sólo los creyentes en Cristo podrían acceder al Paraíso. Así, los almas de los niños que habrían fallecido sin haber sido previamente bautizados se habrían de quedar en el Limbo por siempre. Digamos, mi hermana María de la Luz o mi sobrina Lucía. Pero no sólo estaba limitada a los niños inbautizos, sino cualesquier justo no creyente (esto se sigue directamente de la cita Cristiana "Yo soy el camino, la verdad y la vida ... Nadie llega al Padre sino por mí.", Juan 14:6).
Dante Allighieri, en su Divina Comedia, coloca en el limbo a varios filósofos y pensadores pre-cristianos. Por ejemplo, Virgilio quien es su guía en los infiernos y el purgatorio habita en el Limbo. De hecho, su compañía termina justo frente a la entrada a la Gloria, ya que le es vedado ir más allá.
A pesar del peso de la tradición popular, el Limbo nunca formó parte de la teología formal de la Iglesia Católica. Y con el pronunciamiento presente, de plano se descarta la existencia del Limbo, declarando que la voluntad de salvación de Dios es mucho más generosa que lo que el Limbo implica --y más particularmente ante el amor de Cristo por los niños.