La vida es difícil. Muchas veces lo que me sucede no es de mi agrado, o va en contra de mis intereses o deseos. Así son las cosas. Raramente tengo el poder para influir sobre estos eventos. Hace algunos años, hubiera incorporado estos hechos en un marco de confabulación del mundo en mi contra. Es decir, era una "víctima".
Parafraseando al personaje Forrest Gump, " víctima es como víctima hace". La posición de víctima es muy conveniente. En particular, la víctima no tiene responsabilidad sobre su propia condición. Es decir, otros son los culpables. Siempre es fulano o mengano el culpable, nunca yo. Así dice la víctima.
Comunmente, sin embargo, nuestras propias acciones u omisiones son los que nos llevan a situaciones de lamentar (como también tienen influencia en los éxitos; pero bien se dice que el éxito tiene muchos padres, mientras que el fracaso es huérfano). Ciertamente, si un asteroide choca contra la Tierra y provoca una extinción de la vida pues es purísima mala suerte, y la unica razón de que nos afecte es por que nacimos y vivimos en el planeta (entonces, ¿la culpa es de nuestros padres?). Pero aun hay eventos naturales que nos afectan y cuya consecuencia es parcialmente nuestra responsabilidad. Por ejemplo, en la gran inundación de la cuenca del Mississipi en 1996, muchos de los afectados desafiaron a la naturaleza, construyendo sobre tierras que sabían se podían inundar, confiándose en barreras artificiales que resultaron ser irrisorias para la fuerza irresistible de la Naturaleza.
Sin que tengamos que referirnos a sucesos tan dramáticas, habríamos de meditar acerca de la responsabilidad que tenemos en las cosas que nos pasan. Muchas veces, dicha responsabilidad es nula. En otras ocasiones es mínima, pero existe. En otros casos, la responsabilidad es notoriamente mayor. Por ejemplo, el marido que tiene una relación extramarital no puede culpar a nadie de su situación cuando su infidelidad sale a la luz. O el alumno que está copiando en el examen no puede culpar de malas intenciones del profesor que lo ha descubierto. Y cuántas veces escuchamos a estos mismos perpetradores reclamando su inocencia, y acusándo a otros de sus males. Aparentemente, todos somos víctimas de las circunstancias.
Aunque la posición de víctima es muy cómoda (de allí su popularidad), poco me ayuda para resolver de raíz mis problemas. El peor caso es cuando ya la costumbre nos convence que es cierto que no tenemos responsabilidad y que otros son culpables. En ese caso, hemos pasado de la simulación de la victimización, a la victimización real; realmente lo creemos, y somos impotentes de facto para levantar un dedo en nuestro auxilio. Como víctimas, no podemos hacer nada, por definición: estamos desamparados.
Tomar la vida propia en mis manos es reconocer mi participación en mis propios éxitos y desgracias. No significa ir al extremo y cargar con toda la culpa. Más bien, reconocer aquello que me corresponde, y aprender cómo cambiar mi comportamiento y/o actitud para evitar caer en la misma situación. Entonces, los malos pasos no solo me recuerdan lo mal que es mi pobre vida, sino que se convierten en oportunidades para aprender, y crecer.
Entonces, sí puedo ser actor en mi vida, y no solo espectador pasivo. Puedo tener voz y voto en mi rumbo y destino. La responsabilidad propia me dará libertad, para soñar y ser capaz de hacer que los sueños se hagan realidad.