Todos estamos a la expectativa de lo que sucederá mañana, luego de que cierren las casillas. La expectativa, por supuesto, es una victoria arrolladora del senador Obama en el Colegio Electoral (formalmente, el Colegio Electoral no vota mañana, pero los delegados están requeridos por Ley en votar por la planilla a la cuál representan, al menos en la primera ronda).
Para muchos, la elección ya pasó. Se estima que al menos el 30% del electorado ha emitido su voto por adelantado, ya sea por correo, o bien --en los estados y distritos donde se permite--lo han hecho en persona en casillas especiales. Los resultados no se conocen desde luego, pero las encuestas de salida para éstas votaciones indican un tendencia fuerte para el candidato democrático.
¿Qué pasa si gana Obama? ¿Qué pasa si no gana?
En realidad, las cosas no cambiarían demasiado. A pesar de las declaraciones de campaña, de los discursos de los candidatos y de sus voceros, oficiales o no, ningún candidato es tan bueno ni tan malo como se dice.
Por supuesto, hay cuestiones de filosfía de gobierno, de gasto, y de política exterior. Pero el mundo no va a empezar a girar de forma diferente el martes por la noche, ni amanecerá de forma diferente el miércoles por la mañana.
De hecho, la participación electoral --el hecho en sí mismo de emitir el voto-- es anticlimático en la mayor parte de los casos, y entre más emocionante las campañas, más decepcionante es la experiencia.
Un peligro para Obama es que sus electores no asistan a las casillas pensando que ya está ganado, y por lo tanto su voto no es necesario (no sé de dónde viene la tradición de que las elecciones se realicen en martes, cuando los electores generalmente están trabajando o tienen ocupaciones regulares --por ejemplo, ir a clases). Es una más de las cosas extrañas que tiene el sistema democrático de los EEUU.
Tampoco se puede descartar el fraude electoral. Dado cómo se otorgan los votos electorales y como se demostró en Florida en el 2000, unos cuantos votos pueden hacer la diferencia. No me extrañaría que asistan ejércitos de abogados a las casillas en los estados y distritos más reñidos, procurando llevar agua al pozo de sus propios candidatos. Nadie quiere una repetición de la elección milenaria, excepto si les conviene (no olvidemos que el poder en sí mismo es un elemento corruptor, sin importar quien sea el beneficiario).
Mientras tanto, a seguir lidiando con los demonios menores que acechan. Ya tendré fuerza hoy por ganar un poco de terreno. Si no, ya será mañana.