lunes, diciembre 19, 2005

Tú eres mi hombre

Lo nuestro me pareció tan descabellado e improbable, que por lo mismo me pareció que fue ineludible, inevitable. Cuando te ví, quedé encantado por la totalidad de tu presencia. Me dijo aquel amigo -también ahora lejano- "Ten cuidado con esa mujer: tiene locos a más de uno". Sí, vi el peligro en tu belleza, y pude comprender el por qué de la locura que provocabas. Y como adolescente estúpido, tomé la precaución y la eché por los vientos.

A los diecisiete el romanticismo es más fuerte que la razón, y la sinrazón llamado enamoramiento puede mover montañas. Y de alguna manera, a los pocos días tuve mi oportunidad dorada, la cual -y este es el más grande de los misterios- no desaproveché. Esta sí fue una señal de la fuerza del destino: no sé qué me poseyó, y sinceramente puedo decir que durante esos instantes fugaces y trepidantes, no fui yo. De cualquier manera, de una manera que hasta la fecha ignoro, logré una pausa en tu andar, y lo tomé como hombre a punto de ahogar toma la línea que algúna alma caritativa le ha enviado, por más que simplemente le prolongue un poco más la agonía. Lo último que muere es la esperanza, sin duda.

La vida es una escuela, y las lecciones están a la orden. La vida se tomó sobre sí enseñarme cómo no llevar una relación sentimental. Y vaya que se ensañó, pero alumno más necio no había encontrado. Y así, perdimos la oportunidad de aprender más pronto que tarde. Y sospecho que tú aun no has tomado las enseñanzas, por lo que me he dado cuenta.

Pues con el tiempo, lo que fue blancura y pureza, ennegreció. Lo que era ilusión se convirtió en miseria. Y donde antes sentí que eras una parte natural de mi vida, entendí que simplemente eras una rutina más en mi vida de por sí rutinaria. Nos pusimos delante el guión a seguir, y lo seguimos inexorablemente, sin desviarnos ni un ápice del sendero marcado por nuestra propia imaginación -mínimo común denominador -maldito sea!

Pero me rebelé. No lo hice por inspiración libertaria, sino más bien porque necesitaba aire. Porque no concebía que la vida pudiera ahogarnos de esa manera. Era el romántico queriendo salir, el mismo que me había metido en semejante embrollo.
"Has cambiado, para mal", me dijiste un día. Pero seguiste, tu no te apartaste del camino, la inercia era más fuerte que tu misma. A pesar de que te hablé y rogué por cambiar el camino, de apartarnos aun sin esperar un cruce, sino saltarnos hacia la libertad de la pradera. En mi desesperación, intenté un último golpe: "¿Tan siquiera me amas?",te pregunté. "No" -tu respuesta no me dolió, la verdad me dejó más bien un poco desorientado. "Entonces, ¿por qué quieres estar conmigo?" te imploré. "Porque tú eres mi hombre". La respuesta me dejó helado; hasta la fecha, esa lógica contundente sigue fuera de mi alcance.

Te lo podrías explicar a tí misma?